FLINGAR IMPERIALIS

 adga

Crónica I

La Defensa de Flingar









Parte I




Resulta ser que en el corriente año imperial hubo un leve, imperceptible susurro entre los pueblos pertenecientes a Flingar. El rumor fue en un principio infundado, si, pero no del todo ilógico. Se basó primeramente en rastros que algunos cazadores de las montañas dijeron haber visto: restos de hogueras, árboles cortados de raíz y la extraña sensación de ser observados aún dentro de sus propios territorios. Con el pasar de los meses, el frío invierno descendió sobre el país y los habitantes se dedicaron a juntarse a beber en los bares o a relatar gloriosas historias del Imperio al calor de sus hogares.











Llegó la primavera y con ella, más rumores y cada vez más insistentes. Esta vez eran de mayor gravedad, muchos granjeros denunciaban el robo de ganado; razón por la cual el Conde Elector comisionó un grupo de herreruelos para vigilar las granjas de la periferia en busca de cuatreros bretones. Repetidamente, el grupo de herreruelos reportó no haber visto nada extraño. Pero el ganado seguía desapareciendo.






Lo terrible ocurrió una mañana cualquiera. Una familia entera de granjeros del norte había sido masacrada en su propia casa. Sangre y órganos desparramados por doquier. Hubo un gran revuelo entonces en Flingar, y desde ese día los ciudadanos vivieron atemorizados tras sus puertas. Se comisionaron más grupos de búsqueda de herreruelos y se apostaron puestos de avanzada con arcabuceros. El Conde Elector tomó el asunto personalmente.






El día fatídico el Conde en persona, acompañado por su séquito de batidores, recorría los bosques al pie de las montañas cuando creyeron ver algo moverse entre las ramas. Investigando, fueron tomados por sorpresa por un pequeño grupo de orcos. Los batidores descargaron toda la furia de sus arcabuces a repetición y lograron contenerlos. Uno de ellos, pequeño y herido en un brazo, echó a correr. Presto, el Conde y su comitiva lo siguieron. Al llegar al otro lado de las montañas, contemplaron desde la altura lo imposible: un enorme campamento orko bullía de actividad. Grandes troncos eran toscamente transformados en madera para construir chozas mientras el ganado robado era diariamente faenado. Orkos de todos los tamaños iban y venían llevando y trayendo cosas. A lo lejos, incluso se veía una forja donde los despreciables pielesverdes construían sus primitivas armas.






Temblando ante la osadía de estos invasores pero sin perder la fe, el Conde ordenó el alto a su tropa. Decretó silencio y sacó lentamente su rifle largo de Hochland. Aprovechando que la altura y los árboles los cubrían, cargó el mortal dispositivo, añadió la mira y buscó al jefe orko. Los batidores, a su lado, esperaban estoicamente fusiles en mano. Cuando por fin lo tuvo a tiro, la mira marcando la frente del gigante verde, disparó. La mala suerte quiso que el despreciable ser volteara un instante y la bala rebotara en su enorme armadura. Esto bastó para alertarlo. Como diablos, los imperiales huyeron antes de ser vistos. Pero sabían que el problema era grave.












Organizaron de este modo las defensas estos bravos imperiales: desplegáronse a todo lo largo y ancho del bosque entre las montañas y la ciudad. Su esperanza era atraer a la horda a un combate decisivo. De esta forma, desaparecerían de las tierras imperiales para siempre. Dos semanas completas tomaría a la gente de Flingar tener sus posiciones preparadas.






Fue enviado un mensajero a Nuln para pedir refuerzos. Al cabo de unos días, volvió con malas noticias: Nuln estaba bajo asedio por el Caos. Sin embargo, en la hora más oscura, el mismísimo Emperador pudo disponer de un pequeño pero crucial grupo que ayudaría en la contienda. Se trataba de Carleus Magnus, Sacerdote Guerrero de la Orden Imperial, junto con un grupo de caballeros pesados. Los acompañaba un hombre hosco, de mirada torva y actitud hostil que dijo llamarse Franz. Fueron recibidos con honores en Flingar y se desplegaron inmediatamente, esperando el Waaaagh orko en los próximos días.






Como el conde elector supo después, el tal Franz era un capitán de infantería de renombre, apodado Franz El Mataorkos. Sus contiendas por todo el Imperio en contra de la amenaza verde lo convertían en un experto ante los pielesverdes. Se jactaba de haber matado con sus manos más de mil orkos. Cuando el Conde Elector de Flingar, en el día previo a la batalla, le preguntó si no creía que el poder del fuego de los arcabuces y de los cañones era mucho mejor que las espadas, el hombre respondió:


-Señor, no es que la ingeniería imperial sea mala. Al contrario, he visto verdaderas masacres causadas por nuestras armas de fuego. Pero, ¿dónde queda el gusto por matar en esas máquinas? A mi me gusta rebanar la cabeza de un orko con mi espada, ver su estúpido rostro en el momento en que muere, empaparme de su sangre, sentir como la vida abandona su verdoso cuerpo. Si yo disparara de lejos quizás también haría el mismo trabajo, pero, ¿y mi satisfacción personal, señor? ¿Cómo acallaría si no la venganza contra los orkos que llevo en mis venas desde hace tantos amargos años?




Sonaron, a lo lejos, tambores orkos.











Parte II




Los orkos se presentaron sin demora; una interminable línea verde que parecía ocultar el horizonte. Se movían torpemente, golpeándose entre sí, gritaban y proferían amenazas ante los imperiales que estaban decididos a no dejarlos pasar. El escenario elegido fue un claro en el bosque de Flingar, al pie de las montañas. Si el bastión imperial caía, los orkos podrían avanzar hasta las mismas puertas de la ciudad. El Conde Elector estaba determinado a impedirlo.






El despliegue de los ejércitos.





Estando ambos ejércitos enfrentados, el aroma de la sangre podía palparse en el aire, tanto el miedo como la excitación aumentaban exponencialmente. El Kaudillo orko de pronto gritó, y su poderoso vozarrón sacudió el bosque. Los imperiales, aún los más valientes, sintieron cómo sus estómagos se revolvían de temor. A su orden, los orkos comenzaron a avanzar. Franz El Mataorkos escupió en el suelo y empuñó a Justa Furia, su fiel espada.






Todos los orkos avanzaron, salvo un pelotón de infantería donde una riña interna entre dos pielesverdes acaparaba la atención de los demás. Sin perder tiempo, el Orko Negro que los lideraba aplicó sendos hachazos mortales a los revoltosos, perdiendo dos soldados pero instando a los demás a calmarse y avanzar. Un Goblin escondido en unas ruinas cercanas salió de pronto, avanzando en dirección a la colina donde los cañones imperiales estaban estimando balística. Los virotes orkos, apostados en una elevación lejana, fallaron sus disparos al enredarse sus tripulaciones con los cables. El Chamán Orko intentó desesperadamente lanzar sus conjuros contra los imperiales, en vano. Chilló y hasta escupió espuma por la boca, pero los azares del viento mágico le fueron esquivos.






Comienza el avance de los pielesverdes.






Por su parte, los imperiales tenían miedo. Pero Franz El Mataorkos empezó a gritar y arengó a las tropas, y logró contagiarles su absoluto desprecio por los pielesverdes. Les refirió eventos de la historia imperial, blasfemó contra todos los orkos e incluso invocó la protección del Emperador en persona. Con la moral restablecida, comenzaron sus primeros movimientos. El Capitán Imperial movió con plena convicción la palanca de potencia de su pegaso mecánico y saltó por sobre el campo de batalla dejando una estela de fuego tras de sí. Los soldados lo vivaron al verlo pasar. Los cañones dispararon con auténtica furia, bramando inclementes, y los arcabuceros llenaron la mañana con el humo blanco de sus disparos. Los expertos tiradores imperiales con rifles largos de Hochland dispararon al Kaudillo Orko pero sin suerte.






Posiciones imperiales en una colina .






La marea de orkos continuó su mortífero avance sufriendo pocas bajas. Los imperiales, parapetados en su posición, continuaron disparando y aguardando el momento de atacar. El Capitán Imperial se acercó a la artillería orka, esquivando sus mortales virotazos, y finalmente cargó contra ellas, destruyéndolas. Al estar un grupo de goblins peligrosamente cerca de la caballería pesada, el Conde Elector dio la orden de ataque, pese a las protestas de Franz El Mataorkos. Pero el conde, orgulloso, dijo:


- "Estos caballeros son lo mejor de nuestros establos. Hombres curtidos por la guerra, veteranos de mil batallas. Cabalgan en los corceles más briosos y tienen las mejores armaduras que el Imperio puede diseñar. Si estos caballeros no pueden arrasar una banda de reos goblins que son débiles, están mal armados y peor entrenados y ni siquiera pelean coordinadamente, entonces usted no sabe nada sobre tácticas imperiales."


Franz El Mataorkos frunció el entrecejo y aunque tenía mucho para decir, prefirió callar.






Entonces la caballería cargó, sus armaduras relucientes, sus lanzas clamando por la sangre del enemigo, el Sacerdote Guerrero que los acompañaba empuñando su gigantesco hacha con ambas manos y maldiciendo frenético contra los orkos en una feroz letanía de odio que se contagiaba al resto de la tropa. Los hombres alzaron sus armas y gritaron por la violencia de los caballeros.





Sin embargo, en el momento crítico, la carga imbatible fracasó.











Nadie notó, salvo Franz, unos goblins un poco más grandes que los demás que pasaron al frente de la unidad al ver los caballeros avanzar. Eran dos y llevaban unos morrales pequeños de donde sacaron unos hongos de colores. Los masticaron con prisa y empezaron a revolear unas enormes cadenas con una punta como de cachiporra. Uno de estos intrépidos seres, con los ojos rojos de furia y la mirada perdida, se tiró bajo las patas de los caballos. Este movimiento suicida trabó a algunos caballeros y golpeó a otros con la pesada cachiporra. Como resultado, de los siete caballeros que cargaban solo tres completaron la carga. Cuatro caballeros imperiales quedaron tirados en el piso. Hubo un silencio de muerte en toda la linea imperial. El Conde Elector se quedó helado. Hubo duda en todos los corazones imperiales. La batalla parecía perdida.






El resto de la caballería finalmente fue muerta por los intrépidos goblins, quienes continuaron avanzando impunes. Franz El Mataorkos abandonó su posición en la infantería y corrió unos metros, hasta donde estaba emplazado un cañón hellblaster, y comenzó a arengar a la tripulación. Ayudó a cargar las balas, estimó distancias y hasta golpeó a los artilleros cuando estos dieron signos de torpeza. Al final, el odio de Franz se tradujo en devastadoras andanadas de mortífero fuego imperial que literalmente barrieron la unidad completa de goblins en tres ráfagas.






Continua el avance de la horda, aunque ya sin lider.






Con renovado brío, los cañones imperiales aumentaron su eficacia. Los arcabuceros continuaron sus mortales andanadas y la ola orka fue lentamente perdiendo su brío. El tiro de gracia fue propinado por uno de los expertos tiradores con rifle largo. La bala salió, en el fragor de la batalla, disparada con todo el desprecio imperial contra los orkos; y en el momento crítico el Kaudillo Orko llegó a ver el rifle de su verdugo antes que el proyectil se le incrustara en el cráneo. El Waaaagh orko ya no podría ser realizado sin el líder.






Unos Trolls de piedra se las arreglaron para llegar heridos a las posiciones imperiales y atacar una unidad de arcabuceros. Sin embargo, fueron barridos por la mortal metralla de un cañón cercano. Mientras los imperiales comenzaban a gritar la victoria, las pocas, diezmadas y desmoralizadas unidades de orkos abandonaron la batalla huyendo por donde vinieron.






Trolls de piedra.





La contienda había favorecido a la gente del Imperio, pero la guerra no había acabado. Porque todos sabían que en el medio del bosque todavía quedaba el campamento orko. Franz El Mataorkos tomó su espada y comenzó a afilarla. En su mirada, aquel viejo rencor seguía intacto, pero una torva sonrisa había ganado lugar en su rostro.












Ficha Técnica


Contendientes
Jkrax (Imperio)
Gordo Porno (Orkos)

Tamaño de los ejércitos
1500 puntos

Fecha
Octubre 2009

Resultado
Masacre de orkos






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