FLINGAR IMPERIALIS

 adga

Interludio

La Pólvora de Mil Cañones






Se llamaba Dirk Bremer, y era uno de los millones de granjeros que poblaban las tierras en las afueras de Flingar. Nada había de remarcable en su vida ya que hacía exactamente lo mismo que hicieron su padre, su abuelo, su bisabuelo y una larga lista de Bremers que se perdía en la bruma del tiempo, quizás hasta los orígenes mismos del imperio flingardiano.



La granja de Dirk Bremer.



La vida transcurría tranquilamente para estas gentes cultivando, criando animales, respirando aire puro y pasando el día fuera de la casa, caminando por interminables prados siempre verdes. Los domingos por lo general se acercaban a la casa de los Lochner, quienes tenían la granja más grande de la región, y allí se juntaban con una docena de otras familias de granjeros. Todos aportaban algo para el almuerzo, y mientras las mujeres preparaban ensaladas los hombres asaban la carne. Los niños correteaban por ahí, y luego de comer todos juntos por lo general los hombres salían a tomar cerveza, fumar y hablar de cosas de granjeros (generalmente política, economía y asuntos de la granja), mientras que las mujeres tomaban té y se pasaban chismes. Los niños entre juegos y risas pasaban la tarde.




Tales eran los días de estas gentes, quienes reconocían al Oberkommando de Flingar como su soberano y que por lo general nunca sabían de la guerra más que rumores lejanos. Ese día Dirk había dado de comer a los animales por la mañana, había almorzado con su familia unas deliciosas salchichas con chucrut y luego había preparado la tierra para plantar al día siguiente trigo. Dos de sus hijos, ya mayorcitos, lo acompañaban en esos menesteres. Por la tarde galopó hasta la proveeduría general y cambió dos cartillas de racionamiento por semillas de trigo. Le entregaron dos enormes bolsas con el logo moderno de Flingar: dos leones, un libro y un engranaje; símbolos que Dirk apenas comprendía. Por la noche todos se acostaron con la caída del sol, Dirk jugueteó un rato en la cama con su esposa y ambos durmieron, extenuados, cuando la luna estaba ya en lo alto.









Al principio no reconoció bien la imagen porque estaba desenfocada. Se sentía alto, como fuera de su cuerpo. Dirk no comprendía lo que ocurría. A medida que se acercó, comprendió mejor. Había una montaña, si, y era una montaña grande y se creía que adentro había abundantes yacimientos de oro. ¿Quiénes creían eso? Dirk no lo sabía, pero en los sueños esas cosas se saben, son como obvias. La montaña estaba fuertemente protegida por dos unidades de arcabuceros imperiales, tres máquinas de guerra en la parte superior y un blindado flingardiano. Había unas ruinas, o al menos eso parecían, y en ellas los ingeniosos enanos habían instalado un lanzavirotes. Había arcabuceros enanos, dos unidades de guerreros y algunas máquinas de guerra más. Evidentemente, estaban preparados para la lucha, pero, ¿contra quién?




El despliegue de una alianza onírica.




Flanco del despliegue imperial/enano y la montaña de la disputa.




Dirk se movió a voluntad, y observó el otro lado. Había una alianza imposible, de elfos silvanos y elfos oscuros. Una alianza tan imposible que no llamó en lo más mínimo su atención y lo tomó como algo normal. Arrobado contemplaba los colores silvestres de las ropas élficas cuando los primeros cañonazos lo sacaron de su ensueño. Como mortíferos emisarios de la muerte, las máquinas imperiales y enanas vomitaron sus cargas mortíferas. Dirk apareció al lado de sus artilleros, retrocedió el tiempo hasta antes de los disparos y observó sus movimientos, sus caras de preocupación, su afano en lograr una buena balística. Los enanos tenían barbas enormes, milenarias, y refunfuñaban mientras cargaban balas o piedras, y era en verdad un espectáculo digno de verse.



Los primeros disparos de cañon.




Posiciones defensivas sobre la colina.



Hubo algunas bajas entre los elfos, sí, y una bala impactó de lleno en un hombre-árbol hiriéndolo de gravedad. El hombre-árbol, despavorido, se escondió en un bosque cercano donde algunos espíritus del bosque intentaron consolarlo; sus facciones tornasoladas resplandecían al cantar y danzar alrededor suyo con felicidad y alegría. La avanzada élfica arremetió y enviaron caballería rápida, enormes águilas como Dirk nunca había visto en su vida, terroríficas arpías y dríadas. Dirk era gaseoso, era incorpóreo, se movía entre las filas, avanzaba o retrocedía el tiempo, miraba las caras, los gestos, el sudor, las balas. Con destreza de gorrión volaba por entre las formaciones, jugaba a esquivar las flechas y, por sobre todo, olía la pólvora.



El inconfundible olor de la pólvora, plasmado en la imagen. (Humo cortesía de Hans)





El Hombre-Árbol, gravemente herido, se esconde en un bosque.




Se acercó a una maga elfa oscura justo en el momento en que ésta lanzaba potentes rayos de sus manos garrudas, y esos terribles rayos impactaban en el tanque imperial causando chispas y humo; percibió la desesperación del imperial que manejaba el tanque, en un momento fue el imperial y sintió la desesperanza en su mente; los elfos caían en grandes cantidades ante una pared de plomo, pero avanzaban testarudos y Dirk admiró la valentía y arrojo de esos seres que adelantaban pese a todo.




El arrojo elfo.




Enanos disparando desde unas ruinas.




El final. La alianza de Elfos reclama la colina.









Hubo en la batalla un punto crítico, Dirk lo sintió en forma de escalofríos mentales, y en esa tirada del azar la maga elfa oscura se jugó el todo por el todo y lanzó nuevamente sus rayos de muerte y odio contra el vehículo imperial; con tal suerte que la máquina colapsó, estalló y se abrió al medio, y sus patas cayeron alrededor suyo inmóviles e inútiles. Luego hubo esfuerzos valerosos, pero inútiles. Dirk acompaño a un grupo de enanos que avanzaron intentando neutralizar la avanzada élfica, pero estos huyeron aún siendo mayoría, y mientras huían había burlas y cobardía en sus bocas; hubo confusión en las líneas defensoras, algunos enanos que controlaban la catapulta huyeron y algunos imperiales también, los pájaros (sus plumas!) tomaron por asalto la colina, confusión, sangre, muerte, todo junto en un remolino de sensaciones; Dirk flotaba ingrávido entre todo y en un momento se vio transformado en un objeto alargado y puntiagudo, y él era un virote, y los enanos lo cargaron en su mortífero lanzavirotes y salió despedido cuando ya todo estaba perdido, cuando la montaña había sido capturada por los elfos, y él se estrelló justo en la capitana enemiga y la mató, y los elfos oscuros sufrieron la pérdida; y luego él miró la montaña, pero la montaña cambiaba, y mientras cambiaba en su mente aparecían distintos nombres, y de a ratos se llamaba Hyjal y por ella luchaban otros orcos y otros humanos, y luego cambiaba otra vez y se llamaba Monte Suribachi y por ella luchaban imperiales norteamericanos contra japoneses, y luego volvía a cambiar, y ya no era una montaña si no un rancho y se llama El Álamo, y por él luchaban imperiales mexicanos contra texanos, y cambió tantas veces la montaña, sus nombres, su forma, los ejércitos que la disputaban, sus uniformes, sus armas, sus armaduras, sus banderas; todo eso cambiaba y era como un remolino, y la montaña era la misma o no era la misma, cambiaba o se mantenía, pero la muerte era siempre la misma, la derrota, la pérdida, eso era inalterable, lo demás mutaba pero eso era siempre igual, dolorosamente igual, y Dirk ya no pudo ver tanta muerte y se despertó, todo sudado y gritando, y su mujer y sus hijos le preguntaron qué le pasaba, y mientras dos lágrimas rodaban por sus mejillas el hombre reconoció haber soñado algo terrible, pero no acordarse qué.










El resto del día fue intrascendente. Se vistió, desayunó, dio de comer a los animales, almorzó, por la tarde plantó junto a sus hijos las semillas que el imperio proveía y tuvo tiempo de comer una tarta de manzanas que su mujer le había preparado. Al anochecer, cansado, mientras el sol se escondía a lo lejos, se sentó en su mecedora y mientras fumaba su pipa contemplaba por la ventana el paisaje agreste y agradable que se extendía ante sus ojos; y por más que intentó no pudo recordar lo que había soñado; los días continuaron pasando y el incidente finalmente se olvidó en la familia. Sin embargo esa noche, mientras fumaba en el silencio del campo, Dirk Bremer creyó sentir, por un segundo infame, el tremendo olor a pólvora de mil cañones.




Mil cañones aguardan, silenciosos, el Tronar.











Ficha Técnica

Contendientes
Jkrax (Imperio) + Peluca (Enanos)
Juan (Elfos Oscuros) + Piero (Elfos Silvanos)

Tamaño de los ejércitos
1000 puntos cada jugador

Fecha
Abril 2010

Resultado
Masacre a favor de los elfos

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