FLINGAR IMPERIALIS

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La Batalla del Fin de los Tiempos



CRÓNICA III: La Batalla del Fin de los Tiempos




Preludio



Tras haber derrotado al infame ejército liderado por un rey troll, los flingardianos tuvieron un breve período de paz. Se dedicaron a comerciar con los pueblos vecinos. Los granjeros tuvieron días buenos y abundantes cosechas y el ejército flingardiano aprovechó la calma para entrenar aún más. El Oberkkommando junto a su séquito de ingenieros imperiales y con la ayuda de dos ingenieros enanos de las montañas azules comenzaron los planes para construir un nuevo tanque de vapor.





Así cada flingardiano pudo ocuparse de sus cosas y, por un breve e idílico tiempo, reinó la paz y la abundancia en tierras imperiales.




Dias calmos, en este caso en el Bastión Openheimer, en las afueras de Flingar.











Pero luego comenzaron las visiones. Primero fue un mago del ejército del Conde Elector Hans que estaba de pasada en Flingar. Una noche, súbitamente entró en trance. Causó un revuelo en los salones del palacio imperial y a la mañana siguiente fue llamado a comparecer ante el Oberkommando en persona. Todavía sudando, manifestó haber tenido horrendas visiones sobre demonios, sombras y maldad. Dijo que habían sido sueños tan reales que él pensaba se trataba de visiones proféticas. Temblaba al recordarlos y se sacudía como un demente. Pidió caballos y algunos hombres para escoltarlo hasta su ciudad-estado. El Oberkommando dudó pero ofreció al visitante lo requerido. Sin embargo, desestimó sus visiones. En Flingar la magia es altamente despreciada.




A pesar de eso las visiones continuaron. A lo largo y ancho de las tierras imperiales, mucha gente con afinidad para la magia comenzó a manifestar haber tenido pesadillas similares. Se hizo una investigación muy rigurosa pero no hubo resultados concluyentes. La comandancia de Flingar optó por ignorar sistemáticamente las visiones, aduciendo una crisis de histeria colectiva.




Sin embargo, en las ciudades vecinas también hubo visiones. Tanto los condes electores Halls como Hans supieron por sus consejos de magos que algo muy malo se avecinaba. Comenzaron a hacer averiguaciones. Enviaron exploradores, aumentaron la seguridad en los caminos, redoblaron las patrullas. Para la época en que aún en Flingar empezaban a tomar las visiones con seriedad, sobrevinieron otros fenómenos. Los peces flotaban inertes en los ríos, plagas de langostas azotaban los cultivos y las aves en ocasiones caían muertas en bandadas enteras en pleno vuelo y sin motivo aparente. Los días se volvieron húmedos y nubosos y era raro ver el sol. Una congoja general descendió sobre las ciudades-estado imperiales.







Hubo un concilio. Los Condes Electores zonales Jkrax, Halls y Hans se reunieron para tratar el tema. En medio de la reunión, los soldados de Halls dieron la voz de alarma: un gran ejército se acercaba a la ciudad. Sorprendiéronse gratamente los imperiales al comprobar que se trataba de un ejército imperial. Liderado por un joven y en apariencia inexperto Conde Elector de nombre Juaancho, éste puso a los imperiales al tanto de la situación.





Desde el lejano norte, cuna de la disformidad, se habían alzado no uno, si no cuatro grandes generales caóticos. Aprovechando una conjunción astral, los poderes oscuros encarnaron cuatro almas fétidas en cuerpos y les dieron ejércitos. Ejércitos de hombres corrompidos, de bestias imposibles, de aberraciones sin sentido. Ejércitos con un único objetivo en mente: aplastar la resistencia imperial en la zona.




Indignados, los mandatarios imperiales volvieron a sus ciudades. Ensamblaron la mayor cantidad de tropas que pudieron con prisa y marcharon juntos al norte, a presentar batalla. Hondo era el pesar que había en sus corazones, porque el ejército enemigo no era conocido por ellos. Con amarga serenidad, abandonaron la seguridad de sus ciudades-estado y fue así como Halls, Hans y Jkrax, reforzados por el joven Juaancho, salieron una vez más, a luchar por la gloria del Imperio. Al pasar los ejércitos aliados por Flingar, 36 cañones dispararon contra el cielo gris en sucesión, como animando a las tropas y desafiando a la maldad que se avecinaba.





Lejos, en el norte, en las tierras donde sólo las águilas se atreven, los generales caóticos rieron de maldad y arrogancia mientras continuaban su avance maldito.









La Batalla



Un viento siniestro mecía la pálida hierba. Pies cansados de marchar se acercaban a su destino mientras los capitanes arengaban la tropa. Era casi mediodía, pero densos nubarrones ocultaban el sol. Con lentitud, los hombres fueron desplegándose a lo largo y ancho de las fronteras del Imperio.



Recién para mediodía consiguió volver con vida uno de los herreruelos enviados a constatar el avance enemigo. No fueron de modo alguno buenas noticias, ya que los caóticos avanzaban a plena potencia. Según el herreruelo contó había grandes bloques de temible infantería maldita, bárbaros y mastines del caos; al menos dos unidades de cada uno. También dio cuenta de caballerías, al menos dos ligeras y tres pesadas; en una de estas últimas iba uno de los generales caóticos montado en una extraña contracepción de demonio y coraza: el Juggernaut. Los bárbaros eran legión y a lo lejos, el joven creyó ver inconfundibles siluetas de ogros dragón y de un Rey Troll. En la carpa de comando, los generales imperiales intercambiaron miradas sombrías. Luego cada uno se dedicó a desplegar sus tropas.







El Conde Elector Hans se encargaría de intentar penetrar las líneas enemigas. Contaba para eso con un tanque a vapor flingardiano y una unidad de sus mejores caballeros. Recibió por tanto Hans el título de Maestro de la Brecha. Halls, por su parte, tenía bajo su comando arcabuceros, infantería y algunos magos, reflejando así lo multifacéticos que eran los dubnios. Fue nombrado Maestro de Soporte. Jkrax tuvo bajo su mando 6 piezas de artillería; 4 grandes cañones y 2 hellblasters, como así también dos unidades de batidores. Recibió el título de Maestro Artillero. Por último el joven Juaancho, venido en representación de su padre quien estaba en cama aquejado por terribles visiones caóticas, se encargó de manejar diversas unidades de infantería; fue así llamado Maestro de Infantería.




La frontera imperial.




Los imperiales colocaron un cañón del otro lado del río, en el flanco este y otro más sobre un pequeño cementerio en el flanco contrario. Hacia el oeste, Hans desplegó el tanque de vapor y sus caballeros. Hubo tensión en el ambiente; hasta los caballos parecían querer huir de tan ominoso destino. Cuervos sobrevolaban el campo de batalla, oscuros mensajeros de la muerte y la desolación. Hubo duda en muchos corazones, los minutos pasaban y los imperiales, nerviosos, se miraban entre sí.




Cañón flingardiano colocado en la orilla del río.





Cañon a las ordenes de Hans, hábilmente colocado sobre una colina donde había un pequeño cementerio.





Cuando la situación estaba por volverse desesperada, algo surcó el cielo sobre la línea imperial. Era enorme y bramaba sobre amigos y enemigos por igual. Aterrizó cerca del tanque de vapor, y los hombres no pudieron salir de su asombro: Karl Franz, el mismísimo Emperador, venía a ayudarlos. Lo acompañaba un Archilector en el impresionante Altar de Guerra imperial. El Grifo Dorado refulgía incólume ante la amenaza caótica. Franz dijo:



- ¡Imperiales! ¡Yo los convoco: seguidme! ¡Seguidme, oh valientes hombres del Imperio! ¡Seguidme y yo les daré gloria y honor! ¡Seguidme y tendréis la Luz de Sigmar de vuestro lado y ya no habréis de temer cosa alguna en este mundo! ¡Seguidme y aplacaremos la maldad con justicia, las sombras con honestidad y la herejía con orden; y yo les digo, valientes paisanos míos, que gritaremos triunfantes al final del día!



Y tal fue su convicción y tan altiva resonó su voz que el miedo abandonó la mayoría de sus corazones, y sin dudarlo lo siguieron; por esto entre otras cosas al Emperador lo llaman Líder de los Hombres.


Karl Franz.




Defensa imperial en el frente occidental.




El frente oriental, donde tropas del caos se aprestaban a combatir.




El ala oeste imperial, constituida por Karl Franz en su dragón, el Altar de Guerra, el tanque de vapor y una unidad de caballeros se lanzaron hacia delante sin dudar. ¿Cómo prevenir ese avance súbito, imbuidos como estaban los hombres del nuevo brío que esta sorpresa les traía? Hubo, claro, desconcierto también en las filas enemigas al contemplar el dragón; pero el caos no se amilanó y prontamente comenzaron su avance.



El grupo de choque imperial. De izquierda a derecha: Karl Franz en su dragón, unidad de caballería de Hans, tanque de vapor flingardiano, Altar de Guerra con Archilector.





Dos magos imperiales se cubrieron en una granja abandonada; desde allí uno de ellos logró matar algunos bárbaros a distancia con sus artes arcanas. La artillería rasgó el firmamento con sus disparos, mas los azares le fueron esquivos y hubo pocas o ninguna baja en las filas enemigas. Un mago maldito avanzó hacia el cañón al otro lado del rio y logró matar a uno de los artilleros lanzando su ponzoña infernal; el pobre hombre cayó muerto retorciéndose de dolor. Posteriormente, el infame hechicero embistió y masacró a los demás imperiales que operaban esa artillería.




Artilleros flingardianos, defendiendo su máquina de guerra.




Sin embargo, nadie prestó atención a eso ya que en el flanco oriental hubo una carga combinada violenta como pocas veces se ha visto en la historia de la humanidad. El dragón Imperial, azuzado por el Emperador, vomitaba odio hacia sus enemigos mientras batía sus gigantescas y membranosas alas; lo acompañaba una unidad de caballeros de elite, los mejores y más expertos hombres venidos de las tierras de Hans; ambos arremetieron como diablos contra una unidad de mastines del caos a los que destruyeron irremediablemente. Pero tal fue su brío que continuaron su andanada de violencia y cargaron a los Ogros Dragones y fue precisamente allí donde se desató un infierno de lanzas, garras, dientes y espadas.




Los imperiales arremetieron con auténtica potencia.



Al lado de estos dos colosos marcharon el tanque de vapor y el Altar de Guerra; el primero moviendo sus patas mecánicas con destreza y velocidad; el segundo avivado por una furiosa letanía de destrucción cantada por el Archilector. Ambos vehículos literalmente aplastaron una unidad de bárbaros montados en su loca carrera y llegaron a su verdadero objetivo: una caballería caótica.




Luz contra Caos, metal contra carne putrefacta, armas benditas y malditas; todo junto en un estallido que pareció detener el mundo en lo que dura un latido de corazón. Los caóticos intentaron golpear e invocar la protección de sus dioses malignos pero sin suerte. Tal carga combinada fue irresistible y en breve el camino quedó regado de cadáveres enemigos. Sin embargo de ellos no se dirá que fueron cobardes: lucharon con auténtico odio, defendieron su lugar aún sabiendo lo que se les venía encima y presentaron batalla contra una estadística desesperada.




En el flanco este, en tanto, unidades de mastines avanzaron rápidamente y atacaron a los arcabuceros apostados en la altura. Sangre y pólvora corrieron por igual en esas colinas (donde se dice, pero esto es más bien increíble, que la hierba no volvió a crecer) y al final una unidad de arcabuceros flingardiana fue abatida. Los hombres restantes, súbditos de Hans, aguantaron estoicamente las feroces dentelladas de los perros malditos del caos y lograron alzarse con una victoria temporal al escuchar el último estertor salido del hocico de una de las bestias.



La batalla por las colinas. Unidades de mastines intentan destruir arcabuceros imperiales.




La batalla gloriosa se dio entre el tanque de vapor (modelo Könislev MK2, orgullo de las factorías industriales de Flingar) y el que resultó ser hermano de un Rey Troll enfrentado anteriormente. El vehículo de vapor lo cargó después de despachar caballeros enemigos; el repugnante Troll lo estaba esperando blandiendo su gigantesco garrote. El choque fue brutal y la bestia caótica sufrió graves heridas; mas el infame artífice del mal tenía un as bajo la manga. Comenzó a regurgitar y vomitó una especie de ácido corrosivo sobre el tanque, causando graves averías en la parte frontal y cortando sistemas hidráulicos críticos.




En ese momento, el caos todo pareció darse cuenta de la situación. Atontados por un ataque tan rápido, recién en ese momento se dieron cuenta de la situación que enfrentaban e, iracundos, lanzaron ataques por todo el campo de batalla. Hordas de bárbaros clavaron sus toscas armas en la estructura del Altar de Guerra, en un intento por alcanzar al Archilector en su plataforma; otros bárbaros tomaron por asalto posiciones ocupadas por arcabuceros y una caballería caótica se decidió a capturar la colina que los mastines no habían conseguido. La carga de la caballería caótica fue tan violenta que los imperiales fueron prácticamente masacrados y aplastados. Las colinas del este pertenecían ahora al caos.




El avance caótico.




El tanque de vapor, en estado crítico, forzó al límite sus calderas pero sólo logró que estallaran otros caños de vapor, comprometiendo aún más la gobernabilidad del vehículo. El Troll, atontado y malherido, sólo atinó a huir desconcertado antes de darle ventaja a su mecánico contendiente. De pronto, el Imperio se vio rodeado por una marea de caóticos por todos los frentes. A punto de entrar en pánico, los capitanes redoblaron las defensas.




Un poderosísimo hechicero del caos sobrevoló en su altar mágico el campo de batalla y bajó tras las líneas enemigas. Desconcertados por ese movimiento, dos dotaciones de hellblasters imperiales dispararon al unísono contra el ser maldito; la increíble andanada de ambos mecanismos tomó por sorpresa al mago, quien a pesar de su magia, fue reducido a una pila de ceniza ardiente.



Un mago caótico osó colocarse a tiro de dos hellblasters.





Una unidad de batidores disparó sus arcabuces de repetición con tanto ímpetu que destruyeron por completo una unidad de bárbaros montados que se les venía encima; sus cadáveres llenos de plomo cayeron inertes. Una unidad de infantería también compuesta por bárbaros, atenta a esto, carga a los batidores. Aún sufriendo grandes bajas, los incivilizados caóticos cayeron con gran odio sobre los batidores y los destruyeron con rapidez, ávidos de sangre como estaban.




Karl Franz, por su parte, cargó una unidad de guerreros malditos y los destruyó de inmediato; sólo dos de ellos quedaron con vida y se apresuraron a escapar. Una unidad particularmente rápida de bárbaros con mayal logró llegar a la línea defensiva imperial, pero fue completamente destruida por la gallarda infantería dubnia y su temible táctica de cargas por el flanco con destacamentos.




Un perverso mago caótico intentó lanzar una poderosa maldición, pero los vientos de la magia le fueron hostiles y terminó recargando de poder a un mago imperial quien a su vez descargó toda la energía mágica en otro hechicero caótico escondido en un bosque, derritiéndolo en cuestión de segundos.





El enorme Troll logra calmarse en una colina cercana. Toma su arma y la blande desafiante, provocando a la tripulación del tanque de vapor. El comandante del tanque pide un reporte de situación a la sala de máquinas. Por el complejo entramado de tubos de comunicación, llega al imperial el reporte: SE RECOMIENDA INMEDIATA EVACUACIÓN Y ABANDONO DEL VEHÍCULO, CALDERA INESTABLE. El comandante respiró hondamente, miró a su alrededor; al Emperador luchando encarnizadamente, al Altar de Guerra cargando, a los cañones, los infantes, los arcabuceros, los magos y las caballerías. Todos daban lo mejor de sí para ganar, todos tenían la firme convicción de derrotar al enemigo. Envió el mensaje: GENEREN VAPOR. El ingeniero en la sala de máquinas palideció. Gruesas gotas de sudor perlaban su frente. Pero era, a pesar de su profesión, un hombre de fe. Se encomendó a Sigmar y sacó un bloque de combustible sólido. Lo insertó sin dudarlo en la caldera. Movió palancas, revisó indicadores. Luego se arrodilló y cerró los ojos. El tanque de vapor pareció moverse como un león en celo, se estremeció hasta el último tornillo, exigió hasta límites insospechados sus mecanismos internos; y justo cuando parecía que iba a estallar, el tintineo que indicaba la plena potencia motriz embargó a los tripulantes; sin perder tiempo el vehículo se movilizó para destruir la inmunda bestia del caos.




La lucha épica entre el nuevo Rey Troll y el tanque a vapor flingardiano.




Cerca de allí, el Archilector observó todo esto y lanzó una magia contra el Troll. El rayo de luz salió disparado en todas direcciones dejando una estela de chispas; se abrió paso sobre el fragor de la batalla y estalló en la desagradable nariz del Troll, arrojándolo al suelo. Para cuando el heroico tanque de vapor flingardiano arribó, el Troll yacía muerto.




Mick Juggernaut, el general caótico, y su unidad.





Karl Franz, apareciendo para atacar la fila enemiga y desafiar al general caótico.





El dragon se abrió, literalmente, paso entre las filas enemigas.



Una furiosa caballería caótica, liderada por el Juggernaut, cargó sanguinariamente unos alabarderos a las órdenes de Hans. Cabezas y miembros de imperiales salieron despedidos hacia todos lados. Fue tal el ímpetu caótico que continuaron su andanada de destrucción y cargaron un hellblaster cercano. Sus artilleros resistieron estoicamente con apenas una baja. Al ver esto, Karl Franz se lanzó a toda potencia contra esa caballería, pero otra unidad del mismo tipo impidió su paso. Por toda resolución, el dragón destrozó a la pasada caballos y jinetes enemigos en partes con sus enormes garras y luego cargó el objetivo original.




Artilleros aguantando valientemente la carga, mientras Karl Franz llega por la retaguardia para el duelo.



Franz, desde la altura, reconoció al General del Caos montado en el Juggernaut y se dirigió a él con estas palabras:



- ¡Alto ahí, espíritu inmundo! ¡En el nombre de Sigmar, te mando detener este sinsentido! ¡Retrocede ante mí, vil criatura del averno, o enfrenta mi justa ira, porque Sigmar es la luz y la protección, es la verdad y el honor; y ustedes, patéticas abominaciones de la naturaleza, nada pueden contra la verdad! ¡Terminemos esto justo aquí, justo ahora! ¡Le desafío a un duelo!

Hubo un segundo de expectación en ambos ejércitos. El Paladín de Khorne miró a su contendiente. Fuegos infernales y chispas le salían de los ojos, y su coraza estaba manchada por la sangre de mil hombres. Tomaba su gigantesco hacha con ambas manos y miraba desconfiado a través de su descomunal casco. Tras unos instantes, dijo:


- ¡Vamos a enfrentarnos, imperial! ¡Vamos a resolver las cosas de una vez por todas! ¡No tenéis idea del lugar del que yo vengo! ¡Ni quisieras saber las cosas que he visto y todo lo que he hecho! ¡Es muy ingenuo de vuestra parte intentar detener a los Dioses Oscuros con vuestras burdas tácticas! ¡Resolveremos nuestras diferencias, humano, eso seguro; mas no será hoy! ¡Hoy, los Dioses Oscuros no nos han favorecido, y vuestra patética excusa de Sigmar apenas si os ha servido de algo! Pero, ¡no os preocupéis! El Caos florece en las ruinas, en la miseria, en la desesperación. ¡Y Volveremos! ¡Volveré con un ejército más grande, más fuerte, más preparado! ¡Y ese día arrasaremos sus pueblos, sus ciudades, y reclamaremos lo que es nuestro: EL MUNDO!

Diciendo estas palabras azotó a su Juggernaut y abandonó el combate junto a su unidad. El Emperador, iracundo, intentó perseguirlo y lanzó su montura contra ellos. El dragón no pudo volar por unos bosques cercanos, tiró unas dentelladas desesperadas y finalmente, fue detenido por el Emperador. Dijo:

- ¡Dejadlos! ¡Dejad que los cobardes huyan! ¡Los hemos detenido, hoy y siempre! ¡Viva el Imperio! ¡Viva SIGMAR!

A lo largo y ancho de las líneas imperiales, los hombres comenzaron a festejar la victoria y las pocas unidades de caóticos aún en combate huyeron como pudieron hacia el norte, por donde habían venido. Los imperiales celebraron grandemente, y fue ese verdaderamente un día feliz en sus corazones y en sus registros, porque la maldad había sido contenida y el Imperio estaba nuevamente a salvo.




Los protagonistas de la hazaña, en la colina de la victoria.





Los generales imperiales se juntaron en una colina cercana y agradecieron profusamente al Emperador. Éste les dio su bendición y los conminó a continuar entrenando y mejorando día a día. Les previno, sin embargo, sobre los tiempos oscuros que se avecinaban; pero también les dijo: El día de hoy es de festejo y regocijo, aprovechadlo para estar con vuestros seres queridos y agradecer a Sigmar el haberos dado el temple para ganar esta paz.




Luego se elevó en su gigantesco dragón y se fue. Aunque había diferencias entre las Ciudades-estado de Hans, Halls y Jkrax, ese día se felicitaron mutuamente y brindaron con cerveza imperial por la victoria obtenida. Juaancho, por su parte, volvió a sus lejanas tierras con prisa, para ver si su padre había mejorado. La tarde trajo una lluvia refrescante que duró poco; luego salió el sol que iluminó las tierras de la frontera imperial y borró todo rastro de caos.
















Ficha Técnica


Contendientes

Por el lado del Imperio:
Hans
Jkrax
Juaancho
Martin Halls


Por el lado del Caos:
Dark Angel
Jordan
Peluche
Xaviice



Tamaño de los ejércitos
4000 puntos

Fecha
Diciembre 2009

Resultado
Victoria decisiva para el Imperio

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