FLINGAR IMPERIALIS

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Los Fuegos de la Revolución


Amargos y aciagos fueron en verdad aquellos días para los flingardianos. El gobierno central mantuvo un precario orden que duró unas semanas, pero las noticias vuelan pronto y en menos de un mes varios ejércitos enemigos trataron de aprovechar la situación para invadir el Imperio. Desde el lejano norte llegaron caóticos con sus interminables filas de bárbaros; hombres sin conciencia que sólo estaban interesados en quemar y matar acompañados por los temibles Guerreros del Caos, verdaderos paladines de la maldad. Dos grandes columnas de estos indeseables asediaron la ciudad. Marchaban bajo el mando del infame Corazón de Hielo y de Jordan y lograron entrar, finalmente, por el norte. Las defensas de Flingar se apostaron en las calles y en los bastiones, y los tanques avanzaron con paso firme por el nuevo campo de batalla.



La falta de suministros al haberse cortado el comercio exterior repercutieron negativamente. El imperio no lograba refinar la pólvora suficiente para mantener un suministro constante, y ésto los hacía retroceder con los días. Desde el este, un gran grupo de Orkos agrupados bajo el mando de Grotsnik aprovechó la situación para colarse y ganar posiciones. Tras un mes de arduas batallas donde se luchó casa por casa, casi la mitad del vasto imperio flingardiano estuvo en manos del enemigo.




Escasos de tropas y tanques y con graves problemas de suministros, el Oberkommando y sus ministros veian cómo el imperio se desmoronaba. Los civiles huían hacia el sur en oleadas gigantescas. Transcurridos 38 largos días desde el inicio de la invasión, con las huestes enemigas apresurándose para llegar al edificio de gobierno en el centro mismo de Flingar, ocurrieron varias cosas impensadas.




Para ese entonces el Oberkommando mismo se había calzado su exoarmadura de vapor y blandía su gigantesco martillo de guerra. Él y su séquito de guardias personales, todos armados con el mismo equipo, estaban a las puertas mismas del Edificio de Gobierno, jurando realizar un último esfuerzo por contener la invasión. Aguardaron desde la mañana temprano, pero algo había retrasado al enemigo y cada minuto era para estos hombres una agonía. Sin embargo esperaban, adustos. Los acompañaban algunos pocos tanques viejos MK2, modelos refaccionados a las apuradas, y los postreros modelos MK3 que habían salido de las enormes factorías mecanizadas con las últimas reservas de metal disponibles. Desde Dubnia habían llegado algunas pocas unidades enviadas por su gobierno, aún amistoso a Flingar. Ciertas tropas de viejos y gallardos caballeros imperiales habían decidido ayudar en la última resistencia. Había herreruelos, algunos pocos batidores y muchos arcabuceros, todos con pólvora suficiente para una o a lo sumo dos salvas de disparo. Se habían conformado unidades civiles pobremente armadas con espadas, machetes y casi cualquier cosa que hubiera disponible. Luchaban viejos y niños. La situación era verdaderamente desesperada.




A mediodía, desde el sur, provino el sonido de un enorme galopar. Azorados, los flingardianos contemplaron a los que luego serían llamados "Los Herejes de Sigmar". Eran cientos, y llevaban armas de dos manos y Biblias Sigmaritas en sus espaldas, y cabalgaban refulgiendo sus armaduras al sol. Su líder ordenó el alto y todos se detuvieron. Desensilló y habló con el Oberkommando. Sus palabras exactas no trascendieron, pero luego se supo que eran Sacerdotes Guerreros y Archilectores devotos, pero descreídos de la burocracia imperial. Ellos respondían solo a Sigmar, pero no a la Iglesia. Explicaron que Dios es una cosa y la religión es otra, y que muchos de ellos estaban en las listas negras de la Inquisición. Estaban cansados de los malos manejos de la iglesia de los hombres, y decían que ellos sólo respondían a un poder superior y que para ellos las disputas y abusos de poder realizados en nombre de Sigmar eran cosas terribles con las cuales ya no podían seguir viviendo. Habíanse juntado en Hochland ni bien supieron la separación de Flingar del Imperio y desde entonces habían cabalgado a paso firme. Venían desde todos los rincones a lo alto y ancho del Imperio y ofrecían entonces un trato: asilo político en Flingar a cambio de prestar sus servicios y habilidades en combate. No querían fundar templos ni religiones; explicaron que El Señor no habita en esos lugares, y demostraron odiar al caos por sobre todas las cosas.



El Oberkommando los aceptó y se dividieron entonces estos gallardos caballeros, y allí donde fueron curaron heridos y transmitieron plegarias de odio y destrucción a los temerosos defensores; cuando los enemigos llegaron se encontraron con una resistencia tenaz y decidida allí donde pensaban encontrarse con pequeños grupos de débiles humanos temblorosos. Este hecho luego fue conocido como "La Traición de Flingar", y es por eso que la inquisición imperial juró acabar con todos estos hombres de fé catalogados como heréticos, junto con los flingardianos. Sin embargo los historiadores coinciden que éste fue el primero de los hechos que lograron salvar el imperio flingardiano; el segundo ocurrió en plena batalla y será referido más adelante.




Llegaron entonces los caóticos y los orkos, en gran número y con potencia. Cargaron sin dudar, ante el silencio de los miles de cañones flingardianos para los cuales ya no había pólvora; y fue sin dudas tremenda su carga. Cargaron por calles y avenidas y los cascos de sus caballos y las botas de sus infanterías resonaron en las calles de hierro del Imperio Flingardiano. Pero es sabido que la noche es más oscura justo antes que aparezca el día, y con una verdadera rethalía de letanías de furia y destrucción se lanzaron los Sacerdotes Flingardianos, liderando las caballerías y los blindados; y el entrechocar del acero fue un sonido terrible que quedó para siempre en la memoria de las gentes de Flingar. Tras el choque inicial, en el que los orcos fueron casi destruidos, la carga continuó y aplastó las caballerías y las infanterías ligeras enemigas. El júbilo fue grande hasta que los Guerreros del Caos detuvieron el brío de los imperiales y los obligaron a retroceder. Eso los dejó en una muy mala posición, aprovechada por los caóticos para lanzarse a perseguirlos. La marea de la batalla pronto cambió de lado y los imperiales se vieron superados en número y a punto del colapso.



Fue entonces que ocurrió el segundo hecho sorprendente, y fue la aparición de Nikola Tesla, el que posteriormente sería llamado Héroe de la Revolución y Talento Científico de la Época. Apareció solo, un individuo flaco, no muy alto, con grandes gafas mugrientas y una barba de varios días, con su delantal blanco y una pequeña máquina que llevaba en la mano derecha. Se plantó frente a las hordas enemigas, dando espacio a las caballerías aliadas a huir. Los caóticos no lo tomaron en serio y redoblaron la marcha. Sin embargo, tras Tesla, unos pasos mecánicos hicieron temblar las calles, y se escuchó el rechinar de muchas ruedas.



Apareció así el primero de lo que luego sería llamado "FotoInductor por Acumulación de Iones Sobrecargados de Tesla", y su sola visión hizo perder impulso a los enemigos. Dos gigantescos Automatones llevaban pesadas cadenas en sus espaldas arrastrando un curioso carruaje más largo que ancho terminado en una especie de tronco de metal rodeado por aros y en cuya punta se hallaba una esfera luminosa. Tesla presionó unos botones en lo que llevaba en la mano, y con mecánica violencia los automatones se dirigieron hacia el enemigo, sus pesados pies de metal hundiéronse en el metal de las calles; un zumbido terrible empezó a ganar en intensidad hasta hacerse casi insoportable mientras la punta redondeada del carro empezaba a ponerse cada vez más azul y a emitir unos atemorizantes y breves rayos.



El disparo fue efímero, duró apenas un latido; su destrucción perduraría en las memorias de aliados y enemigos por siempre. Un gigantesco trueno salió de la bola luminosa e impactó de lleno en un gran grupo de Guerreros del Caos, éstos detuvieron su marcha en donde estaban y parecieron bailar, por un instante terrible, una melodía extraña; luego unas fumarolas de humo abandonaron sus armaduras y el grupo completo de enemigos cayeron muertos donde estaban. Habían sido calcinados vivos y el olor a carne quemada trajo presagios de muerte y desolación. Tesla reía como un loco, a mandíbula batiente, y sus manos crispadas en un gesto de tenazas elevadas al cielo atemorizaban; su risa era la propia de un demente y sus cabellos se encontraban erizados para todos lados. Al ver esto el avance del caos se detuvo; la duda enemiga favoreció a las tropas de Flingar. Con auténtica furia dieron media vuelta y en un momento trágico, impredecible, se lanzaron nuevamente a la batalla. No hubo dudas en sus corazones ni fallas en su determinación. Todos se lanzaron, con lo que había a mano, contra el enemigo y antes que éstos se repusieran la máquina de Tesla se transformó en un festival de truenos; lanzando rayos azulados de muerte alrededor suyo. Los enemigos del Imperio caían como moscas y durante toda aquella noche las tropas defensoras avanzaron hacia el norte, hasta que con las primeras luces del día siguiente los últimos caóticos huían en desbandada.




Arquímednes Pucio, notable flingardiano que participó en la defensa, con una de sus memorables frases.





Cenizas de la Revolución

Flingar logró recuperarse de las invasiones. Se otorgó ciudadanía a todos los Sacerdotes y Archilectores, y se les dejó instalar barracones especiales en donde éstos entrenarían en las artes de la lucha sagrada a todos aquellos jóvenes con la convicción para hacerlo; aunque no se habló de instituciones ni de sermonear al pueblo.




Tesla fue condecorado grandemente, y en la fastuosa ceremonia desfiló sobre su mortífero carro empujado por sus automatones. Muchos lo criticaron por haber inventado un carro mágico; Tesla posteriormente mostró el resultado de una vida de investigaciones y convenció a los mandos flingardianos que ese carro no actuaba gracias a la magia, si no a una fuerza apenas conocida por el Imperio llamada "electricidad". Como explicó en la gacetilla oficial, se inspiró en los acumuladores de latón de los caballos mecánicos de Frau Meikle para crear su invento.




Se reactivaron las rutas comerciales entre el Imperio y sus colonias, reforzándolas ante ataques piratas, y se comenzó a enviar materiales para su pronta reconstrucción. Hubo tristeza, si, porque muchos hombres justos habían muerto en esa invasión, pero la propaganda gubernamental instó a la reconstrucción de todo mediante planes quinquenales. Se erigieron así complejos aún más gigantescos en varios sectores, todos impulsados por gigantescos generadores de vapor. El Imperio pronto recuperó su estampa legendaria de vanguardia tecnológica.









Comenzó de esta forma la Octava era del mundo en Flingar, y sus hechos y actos serán vistos en posteriores informes.




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