FLINGAR IMPERIALIS

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Crónicas del Archipiélago Oculto




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Todo comenzó por este barco pirata, el barco de Krieg Barbaroja.



Sucedió que en cierto año imperial un buque corsario al mando de Krieg Barbaroja, el más osado de los piratas del viejo mundo, intentó tomar por asalto un barco mercante elfo. El inmenso navío gris, escasamente armado, cayó frente a la pólvora del infame pirata y su tripulación luchó valientemente en un extenso combate cubierta a cubierta que duró un día y medio. Al final, Barbaroja se hizo con el bote y algunos tripulantes supervivientes. Tras revisar su bodega halló algunos tesoros importantes junto a un enigmático mapa arcaico. El mismo parecía un pergamino de lo viejo que estaba y mostraba un largo derrotero hasta llegar a un punto del mapa sólo marcado con una prolija X.




Krieg Barbaroja en uno de sus múltiples e infames saqueos costeros.





Contento el pirata partió, ahora con dos barcos, siguiendo el mapa; y éste lo llevó a recorrer lugares extraños e impensados. Sin embargo antes de llegar a destino tuvo la mala suerte de encontrarse con algunos barcos pertenecientes al Imperio dubnio. Los dubnios cañonearon a Barbarroja hasta hundir sus dos embarcaciones y un joven capitán rescató a los altos elfos prisioneros no sin antes guardarse secretamente el diario de a bordo y otros papeles que halló flotando sobre un barril.




Uno de esos papeles resultó ser el mentado mapa, que fue copiado y enviado por triplicado hacia Dubnia una vez en tierra. El joven capitán, ávido de aventuras, alteró deliberadamente las copias y junto a la X escribió "tesoro oculto de incalculable valor" con la esperanza que los altos mandos se interesaran y lo enviaran a él a investigar .




Archipiélago del Fin del Mundo, mapa de situación.







Quiso el azar que los tres mensajeros a caballo tomaran tres rutas distintas. El primero fue interceptado por un grupo de orcos, grupo que a su vez tuvo la desdicha de enfrentarse a los ogros de Kiang. Revolviendo entre los despojos de batalla, Kiang encontró el mapa, y una codicia sin fin se apoderó de él. ¿Qué se ocultaría bajo la X? Sin perder el tiempo marcharon los ogros hacia una aldea de goblins cercana y les cambiaron tres barcos por despojos que ellos no usaban, mayormente armas y armaduras imperiales. A los goblins les pareció justo y así Kiang y sus aliados partieron a la aventura.



Una de las incalculables pequeñas embarcaciones cargadas de Gnoblars que siguieron a la marina de Kiang. Se dice que animados por la aventura, todos los Gnoblars en 100 leguas a la redonda se presentaron de inmediato en el puerto goblin desde donde Kiang y sus huestes partirían, ansiosos de lanzarse al mar y la aventura que les esperaba.







El segundo mensajero corrió una suerte parecida. Al doblar erróneamente en una bifurcación fue a parar a un campamento caótico. Allí las tropas de Corazón de Hielo rápidamente lo asesinaron y se lo comieron junto a su caballo y sólo cuando estaban por irse, algunas horas más tarde, fue que el líder se dio cuenta del morral que el imperial portaba. Allí sonrió complacido al encontrar el mapa y decidió que el asedio a Flingar podría esperar. Llamó a sus camaradas caóticos del general Jordan, y en la fortaleza de este último debatieron hasta que acordaron movilizarse y buscar el tesoro oculto para repartirlo en partes iguales. La codicia, entre otros males, corroía sus corazones.



Uno de los barcos de la flota maldita de Corazón de Hielo.




Barco maldito de la armada de Jordan. Sus tripulantes, acérrimos seguidores de Nurgle, se regodeaban al ver mutar su barco conforme pasaban los días.





Barco corrompido y al servicio del Caos.





El tercer emisario llegó y entregó el mapa en Dubnia. Tras una larga deliberación, los altos mandos dubnios decidieron ir a explorar el enigmático lugar. Como pasaban por una época de paz con sus vecinos flingardianos, compartieron con ellos el secreto como gesto de buena voluntad, pero el conde elector Halls alegó no poder ir en persona debido a un dolor de columna. Delegó el mando de sus hombres en la comandancia flingardiana, quienes accedieron a enviar algunos pocos barcos a regañadientes, pues todavía creían que la horda caótica de Corazón de Hielo avanzaba desde el norte. No obstante, la ganancia potencial de este "tesoro oculto de incalculable valor" bien valía la inversión, y ya que estaban en buenas relaciones con Unabhägigkeitburgo, el imperio de Hans y sus Infernales, un mensajero fue enviado para invitarlos a participar de la expedición. Hans en persona recibió el mensajero tras su tarde habitual de infringir torturas a goblins, y viendo que su suministro de pielesverdes para atormentar estaba escaso, decidió tomarse unas semanas para acompañar a sus compañeros imperiales en la aventura.





La poderosa armada de Unabhägigkeitburgo, al mando de Hans, saliendo del puerto en una cruzada por Sigmar para expandir el Imperio.




Buque flingardiano de transporte de tropas clase Lützow, siendo cargado. Puerto Industrial de la Kriegsmarine en Brest-Litovsk.






Los rumores corrieron rápido a lo largo y ancho del viejo mundo, y hasta los elfos oscuros de Elrawen navegando en su enorme Arca Negra notaron los preparativos en el ambiente. Para enterarse de qué se trataba, capturaron unos navíos pesqueros imperiales y torturaron a sus tripulantes hasta que éstos largaron el chisme. En las tierras del sur, un grupo de mineros al mando de Peluk-He BarbaHierro buscaba nuevos túneles para ingresar por sorpresa a las Montañas Grises cuando oyeron a algunos imperiales comentando los detalles de la empresa. Sigilosamente, volvieron con las novedades a su líder, quien pronto llegó a las costas del norte y embarcó sus tropas.




Barco perteneciente a la flota del Arca Negra de Elrawen.





Barco Enano de la flota de Peluk-He BarbaHierro.




Submarino enano de Peluk-He, prototipo pero plenamente funcional.






Viajaron de esta forma diversas razas, las que no poseían mapa siguiendo de lejos los barcos de las otras o confiando en los vientos de la Magia como guía. Con días calmos fueron arribando a lo que luego se denominó "El Archipiélago del Fin del Mundo". Con cautela y sigilo, cada grupo de barcos se separó del resto ni bien divisaron tierra y es por esto que entraron a las islas por caminos distintos. Armaron campamentos rudimentarios y plantaron banderas allí donde les parecía. Todos sabían que el tesoro tendría que estar ahí. El joven capitán dubnio que había alterado los mapas sonrió complacido, porque sabía que le aguardaban meses de aventura.



¿Qué misterio guardarían estas islas?




El día de la llegada, desde una de las islas. Un manto de nubes apenas deja entrever la silueta de un galeón, probablemente imperial...



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