FLINGAR IMPERIALIS

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Cronica X

Los Tesoros de la Arena.









Obligados por una súbita falta de suministro de metales pesados, los altos mandos flingardianos decidieron enviar una fuerza expedicionaria más allá del Gran Océano, hasta las costas desiertas de Khemri, donde se sabía aguardaban grandes cantidades de oro, joyas y metales. Partieron entonces los terribles barcos de Flingar, con el S.S. Cigana a la cabeza. Detrás de este prodigio tecnológico marchaban naves menores y barcos de transporte. El viaje fue largo pero pacífico y los imperiales no encontraron problema alguno en la travesía. Llegaron a las costas de Khemri todavía de noche y sin perder tiempo comenzaron a desembarcar.




El desembarco imperial, desde el S.S. Cigana.




Tropas imperiales ganan posiciones al amanecer. Cerca suyo, el general enemigo los observa y estudia pacientemente.







El rey funerario observaba como las tropas imperiales desembarcaban en su territorio. Las naves que allí las habían traído eran extrañas, no las naves comunes a vela o remo que solían navegar en estos mares, que por cierto, jamás se acercaban a la costa, pues sabían lo que allí les esperaba…


Estas naves eran, en gran parte, metálicas y pesadas, y lanzaban grandes nubes de vapor, además de un ruido ensordecedor y molesto. Magia obviamente no las movía, estos ilusos no podrían mover unos artilugios así ni con todos los magos del imperio.
Pero eso no importaba ahora, lo que realmente le importaba al Rey Alkhazzar I, eran los humanos que pisaban la arena de su costa. Pensó en el pasado, en aquellos días en que era el general de las tropas del Rey Setep, el Grande, y recuperaban la antigua gloria de Khemri, conquistando y expandiendo las fronteras de Nehekhara. Y recordó un día, hace miles de años, cuando él observaba esta misma costa, con su cuerpo que se retorcía bajo los hilos de la vida, y la sangre le corría por las venas. Era un guerrero sin igual, valiente y decidido, que peleaba con entusiasmo. Pero ahora, observando fríamente a esos imperiales, no sentía nada, solamente ira.


No los dejaría escapar, ni mucho menos caminar, por estas tierras. No habría piedad. El les enseñaría quienes son los reyes de estas tierras. Los traería al mismo camino de muerte por el que él caminaba ahora.


Se retiró desde la alta posición en la que observaba, y se dirigió a su escolta, un hombre (o lo que había sido un hombre) encorvado, de piel grisácea, negras cuencas en los ojos y vestido con ropas ceremoniales.


-Sacerdote, convocad a las tropas y esperad órdenes. Al alba partimos a la batalla.- le dijo, con una voz profunda y casi susurrante.


Y observó el cielo, y vio que faltaban pocas horas para el amanecer.









Para cuando el sol estuvo en lo alto, el ejército imperial estuvo desplegado. Delante suyo solo vieron una extensión de arena que era la máxima expresión de desolación matizada con alguna ruina por aquí, una palmera solitaria por allá. Algo molestó al General Imperial, un reconocido Archilector, y sin mediar palabra abandonó la formación de caballería para internarse en unas ruinas cercanas. Allí percibió el aroma de la muerte, y un terrible presagio logró estremecerlo. Detrás de una columna le interceptó el paso un esqueleto. El no muerto vestía opíparamente ropajes y joyas coloridas. Sin dudas habría sido un gran rey de la antigüedad. El esqueleto siseó:


- Oh, mortal, ¿a qué habéis venido a Khemri, a la gloriosa tierra del Rey Alkhazzar I? ¿No sabe acaso tu gente que estas tierras están prohibidas a los simples mortales?


- Demonio maldito -profirió el Archilector-, mejor será que vuelvas a tu arcaica tumba antes que las tropas del Emperador te destruyan definitivamente. Glorioso haya sido, quizás, tu pueblo, pero de esa época ya ni siquiera queda el polvo del recuerdo. Mejor marchaos, oh demonios, o el Martillo del Emperador los golpeará con tanta fuerza que lamentaréis haber abandonado vuestras tumbas.



Los generales y un encuentro furtivo entre las ruinas.



Ambos se miraron con más curiosidad que odio. En cierta forma extraña, ambos se respetaban. Una brisa fuerte levantó la arena alrededor de ellos rompiendo el hechizo y el esqueleto desapareció entre las partículas; y su último susurro se perdió en el viento: quedáis advertidos...










El despliegue.



Los imperiales avanzaron entonces con bravura. Su fuerte era su ala este, donde iban dos tanques de vapor y la caballería pesada, acompañados por el Archilector. Conociendo al enemigo, el Archilector había ordenado a los arcabuceros cambiar de formación regularmente ya que se esperaba apareciesen golems con forma de escorpión de la arena. Era sabido también que los no muertos de Khemri utilizarían grandes cantidades de esqueletos arqueros y guerreros, y hacia allí marchaba el grupo de choque.



Parte del ejército defensor.




Las cuantiosas filas de no muertos.





Artillerías y arcabuceros imperiales.




Sobre una colina lejana, sin embargo, se presentó un horror desconocido para los hombres de Flingar. Un esqueleto sacerdote entonaba cánticos malditos sobre un arca que reposaba en un mar de huesos humanos. De pronto, los imperiales sintieron curiosidad por el arca, sus formas esbeltas, su fantasmagórico resplandecer bajo el sol; y muchos miraron porque eso era nuevo para ellos. Al mirar, terribles fantasmas abandonaron el arca, y se metieron en los cráneos de los imperiales por sus ojos y su boca, y de esta forma muchos soldados murieron por el arca maldita. El efecto real del arca fue catastrófico, pero el efecto psicológico en aquellos que no habían mirado fue peor. Los outriders sufrieron tantas bajas que prefirieron huir sin haber llegado a disparar ni una sola vez. Unidades enteras se desmoralizaron y por un momento, la batalla pareció perdida al abandonar los flingardianos las ansias de combate. En ese momento de desesperación, un enorme bloque de esqueletos apareció frente a los tanques bloqueándoles el paso. Eran tantos y tan disciplinados al disparar que el pánico cundió en las filas del Imperio.





Pero el Archilector era osado antes que cauto, más temerario que estratega; y al ver esa calamidad invocó el nombre del Emperador y ordenó una furiosa carga frontal contra los esqueletos. Su plan era arriesgado: aplastar las grandes cantidades de esqueletos en un intento desesperado por destruir el arca maldita. Una lluvia de un centenar de flechas acribilló al moderno tanque Könislav MK3 flingardiano, pero ni siquiera hicieron mella en el gigante mecánico. Ambos tanques de vapor salieron disparados dejando grandes nubarrones de denso humo negro tras de sí. Golpearon a los esqueletos con potencia irrefrenable, y en esa terrible carga apenas si un quedaron en pie un puñado de no muertos.





De 40 esqueletos apenas 6 sobrevivieron la primer carga combinada de los legendarios tanques de vapor flingardianos.





El avance implacable de la caballería.




Pasado ese momento crítico, los imperiales recobraron la confianza en sí mismos. Los exploradores cargaron a grandes buitres malditos y el cañón Bradbury borró de un único disparo la caballeria enemiga. Cuando los esqueletos comenzaban a revivir llegó la caballería, liderada por el Archilector, y con esa carga combinada obliteraron definitivamente la infantería enemiga. Sin embargo la carga continuó, y fue tan imbatible que el tanque MK2 arrasó un grupo de arqueros enemigos mientras el MK3 destruía con toda la potencia de los motores flingardianos el arca maldita. El sacerdote intentó darse a la fuga, pero fue interceptado por la caballería pesada que venía de destruir el Lanzacráneos enemigo. Salieron de la arena a último momento los golems con forma de escorpión, pero poco pudieron hacer ante la defensa imperial, e incluso uno salió tan cerca de un cañón que fue barrido por una descarga de metralla. Hacia el final de la tarde, el desierto retomaba nuevamente la calma paz que lo caracterizaba, y de las tropas de Khemri no quedaba ni el polvo.




Arcabuceros intentando contener la agresión de una unidad enemiga.





Un Golem cargando una pieza de artillería con sus grandes pinzas.





Un Könislav MK3 cargando la colina enemiga.





Avance imparable de las tropas del Imperio.









Resultado

El Imperio logró establecer una cabeza de playa tras esta resonante victoria. Más navíos imperiales con suministros y tropas comenzaron a descargar en ese puerto improvisado, y pronto hubo una base de operaciones flingardiana bien armada en Khemri. Sin embargo, el triunfo solo había posibilitado el acceso a las costas. Los tesoros y metales que los imperiales buscaban se hallaban desierto adentro, bien custodiados bajo pirámides arcaicas y multitudes de no muertos. No pasaría mucho tiempo antes que los imperiales iniciaran su penetración en territorio de Khemri.








Ficha Técnica

Contendientes
Jkrax (Imperio)
Pordebad (Reyes Funerarios)

Tamaño de los ejércitos
2000 puntos

Fecha
Febrero 2010

Resultado
Victoria decisiva a favor del Imperio

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