FLINGAR IMPERIALIS

 adga

Cronica II

El Enemigo del Norte








Parte I



Tras la masacre propinada a los orkos, tanto el Conde Elector como Franz el Mataorkos se hallaron victoriosos. Iniciaron planes para una guerra relámpago hacia los restos del emplazamiento orko en las afueras de la ciudad. En el campamento, el Conde brindaba con cerveza negra junto a sus oficiales de confianza. Franz no bebía. Estaba sentado a un lado, observando fijamente el mapa que yacía sobre la mesa. Había un clima de bullicio generalizado. El Conde propuso un nuevo brindis. Los hombres levantaron las copas, pero Franz pateó la mesa en un movimiento súbito e inesperado. Un silencio incómodo acabó con la algarabía.



- ¡Insensatos! ¡Jamás vi tanta insensatez! ¡Festejando, emborrachándose como viles soldados de compañías libres mientras la amenaza verde crece en las afueras de la ciudad! ¡Vergüenza debería darles! ¡Vergüenza!



El Conde cambió su expresión. Se volvió hosco y hostil. Enarcó las cejas, pero cuando iba a decir algo Franz abandonó la carpa con grandes trancos y un mirar plagado de odio. Los hombres lo ignoraron y siguieron celebrando.












Esa misma noche la quietud se vio interrumpida por el imprevisto arribo de un caballero. Su corcel estaba herido y él tenía la mirada perdida propia de los locos. Antes de caer muerto se identificó como caballero bajo las órdenes del Conde Elector Martin Halls, un soberano cuya ciudad-estado lindaba con Flingar; y alertó con elocuentes palabras sobre una invasión caótica inminente desde el norte. Esa misma noche fueron enviados los más veloces herreruelos a constatar la amenaza. Pasaron tres días y finalmente volvieron los enviados.






Todos confirmaron el pronto arribo de un contingente caótico desde el norte. Un tal Frederick contó una historia más detallada que los demás. Según él, vagó un día entero por las haciendas del norte. En las tierras yermas fue emboscado y perseguido por unos elfos oscuros. Estaba a punto de ser muerto cuando una partida de cazadores compuesta por valientes montañeses que andaban por la zona se las arregló para reducir a los elfos. Uno de ellos murió en la pelea resultante, otro sucumbió durante el interrogatorio, el tercero finalmente masculló algo. Según dijo, eran unidades perdidas del malévolo ejército de un Señor Elfo Oscuro que respondía al nombre de Elrawen. Se habían enfrentado con una horda del caos poderosa hacía días y la habían vencido, pero con grandes pérdidas. Dicho grupo de caóticos ya había batallado contra imperiales aún más al norte y venía descendiendo, matando y asimilando todo lo que moría a sus filas. El encontronazo con los elfos de Elrawen había supuesto la primera derrota para su Señor Oscuro, un tal Xaviice. Dicho lo cual, el elfo murió. El valiente herreruelo cabalgó medio día más hacia el norte, donde contempló el implacable avance de la maldad.






Un grupo nutrido de Elegidos destacaba por poseer entre sus miembros elfos, vampiros y miembros de distintas razas caídos en desgracia. Avanzaban con un andar cansino pero amenazante, como si fueran a desarmarse a cada paso. Un aroma a putrefacción invadía los caminos por donde pasaban. Al fondo, un gigantesco ser parecido a un cañón se movía a regañadientes, obligado por enanos corruptos. En el centro de la formación, un temible grupo de enormes Trolls seguía a su líder, el Rey Troll. El herreruelo huyó a toda velocidad.












El Conde Elector de Flingar se puso serio. Sin pensarlo, ordenó a Franz el Mataorkos y un grupo de lanceros quedarse en el campamento y defender la retaguardia. Al resto, ordenó movilizarse. Con todo. Con los cañones, los arcabuces, los caballeros. Iban al norte, a enfrentar la nueva marea del caos.






Como ominoso presagio, comenzó a caer una lluvia muy particular en Flingar: sus gotas eran negras y su aroma pestilente. La moral de los hombres decayó con brusquedad mientras desarmaban los cañones y preparaban las armas. Hubo duda en sus corazones y aún el Conde Elector miró confundido al cielo. Relámpagos de maldad surcaron el firmamento.











Parte II



Imagen a vuelo de pájaro de la línea fingardiana. Pueden observarse, desde más cerca a más lejos, arcabuceros, Hellblaster, espadachines, dos unidades más de arcabuceros y el mítico cañón de la hazaña, al fondo.






Bajo una tenue llovizna, los hombres de Flingar tomaron posiciones. El cielo estaba encapotado y el viento traía el inquietante susurro de las almas torturadas. Para mediodía, los imperiales estaban desplegados esperando a sus contendientes. La arena del desierto del norte era barrida por el viento espectral que sólo anunciaba una cosa: el inminente arribo de los caóticos.






Paneo general de la batalla.






Hordas de condenados comenzaron así a aparecer. Tenían veloces mastines del caos, algunos caballeros ligeros, bárbaros sin ley que estaban sin duda en la búsqueda de gloria fácil, una temible unidad de elegidos a la que nadie resistía ver por más de unos instantes, una espantosa caballería pesada cuyos jinetes destilaban maldad por cada poro y finalmente, cerrando la formación en el flanco derecho, el temible rey troll y tres grandes trolls que lo seguían.





Al fondo, caballería del caos; delante suyo mastines malditos; a la derecha los trolls guiados por su rey (miniatura azul).





El mero contemplar del rey troll llenaba de pesar las almas de los imperiales. Era grande, poderoso, capaz de matar de un vómito al más gallardo caballero y poseedor de una inteligencia asombrosa para un troll. Arengaba a los otros y los golpeaba para mantener la formación de la unidad. El Conde Elector de Flingar observó esto con su catalejo y ordenó a los cañones disparar inmediatamente. La moral de los hombres estaba por el suelo.












Los más místicos en Flingar dicen que el destino está fijado de antemano, que oscuros designios de épocas remotas nos obligan a realizar ciertas acciones, cumplir o fracasar ciertas metas; quizás la Voluntad del Emperador que se hace presente. Los más metódicos creen en la causa y el efecto; quizás por eso siempre apostaron por la maestría de los artilleros de Flingar, la nación más avanzada del mundo, y achacaron los disparos a los años invertidos en la preparación de cada miembro de la dotación de un cañón flingardiano. Los más indecisos, por su parte, creen en la suerte. Pequeñas variaciones en el viento que empuja o no la bala del cañón, imperceptibles diferencias estampadas en cada bala durante su proceso de fabricación, quizás un gramo de pólvora puesto de más o de menos al cargar el ingenio.






Sea cual haya sido la causa, lo cierto en esa tarde gris en el desierto norteño fue que el primer disparo de cañón, el que daría ciertamente inicio a las hostilidades, impactó de lleno en la repugnante cara del mismísimo rey troll. A lo largo y ancho de la fila imperial, todos contuvieron la respiración durante un instante mientras el espantoso ser caía al suelo para sorpresa de propios y extraños. La alegría, sin embargo, duró poco; el infame troll regeneró su cara mediante magias o habilidades sólo conocidas por él y estuvo en un instante nuevamente en pie. Los flingardianos no atinaron a creer lo que veían cuando un segundo cañonazo impactó, increíblemente, en el mismo punto que el anterior. Esta vez el daño fue visiblemente mayor y el mítico rey troll, azote de todos los pueblos, cayó fulminado y ya no volvió a levantarse. Una oleada de entusiasmo y frenesí recorrió, como un violento escalofrío, toda la línea imperial. La desmoralización de los malditos se hizo patente desde ese mismo instante.





La gloriosa caballería pesada de Fingar cabalgando orgullosa junto al sacerdote guerrero Carleus Magnus.





Una unidad de exploradores escondidos en unas ruinas cercanas fue emboscada por una furiosa caballería ligera del caos, pero tal fue el brío de los imperiales que no sólo contuvieron el asalto enemigo con mínimas bajas, si no que contraatacaron de tal forma que obligaron al último de los malditos en pie a huir como una rata.





Manteniendo la posición. Caballería imperial esperando el momento justo para atacar. Mientras tanto, dan tiempo al cañón a dispara sus mortíferas cargas.






En el centro del combate una amalgama de tropas caóticas, guerreros, bárbaros y elegidos totalizando tres unidades completas avanzó lentamente bajo una lluvia de plomo que fue diezmándolos de a poco, hasta que el último caótico mordió el polvo sin haber llegado a tocar un imperial. Arcabuceros, batidores y un hellblaster se las arreglaron para destruir hasta el último enemigo, sufriendo sólo la pérdida del artificio mecánico y su tripulación debido a una falla del mismo. Nubes de humo blanco llenaron la tarde a lo largo de la línea imperial y el inconfundible aroma de la pólvora viajó por todo el campo de batalla.





Disparos a granel. Unidad de Batidores disparando sus arcabuces de repetición indiscriminadamente contra guerreros del caos y elegidos. Ninguno de los infortunados sobrevivió.






En el flanco oeste el capitán imperial en su pegaso mecánico voló por encima de los enemigos entorpeciendo su avance y fue tal su suerte que mató con su pistola a un caballero enemigo por la espalda. El fin del combate fue marcado por una carga combinada entre la caballería pesada imperial por el frente y el pegaso mecánico por la retaguardia, contra los caballeros malditos. Sin sufrir siquiera una baja, los hombres de Flingar cerraron el día con broche de oro, en la batalla que luego sería convertida en trova imperial por los bardos flingardianos bajo el nombre: “Estrepitosa caída del rey troll y sus seguidores malditos”.






La carga fatídica que terminó de sellar la desgracia para el caos. Caballería pesada por el frente apoyada por el Capitán en su pegaso mecánico atacando por la retaguardia.






La última unidad caótica aún con vida consistió en los trolls, quienes apenas si avanzaron durante toda la contienda. Frenaban a cada instante mirando hacia atrás, viendo si su líder volvía a la vida; se golpeaban entre ellos y continuaban avanzando lentamente. Parecían enajenados a la situación, como si no comprendiesen completamente la realidad que los rodeaba.






Para cuando la noche se avecinó, una gran luna llena iluminó las piras funerarias de todos los infieles caóticos mientras los héroes flingardianos eran recibidos con honores tras las pesadas puertas mecánicas de Flingar. El Conde Elector improvisó un banquete para sus generales y decretó que las tabernas dieran cerveza gratis a todos los soldados. Dicen los que estuvieron allí que los festejos duraron hasta que el sol estuvo bien en lo alto y hay incluso un pergamino en donde se detalla el menú de dicho banquete, aunque la autenticidad del mismo no ha sido comprobada y bien podría tratarse de una broma o exageración: Barbacoa de Rey Troll.















Ficha Técnica

Contendientes
Jkrax (Imperio)
Xaviice (Caos)

Tamaño de los ejércitos
1500 puntos

Fecha
Noviembre 2009

Resultado
Masacre de los caóticos.





2 comentarios:

  1. espectacular el reporte de batalla y el final un cago de risa barbacoa de rey troll jenial

    saludos

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  2. Jkrax, para que sepas el Conde Elector Martín Halls gobierna el Imperio Dubnio, y el gentilicio es ídem: "dubnios"...el nombre de esa noble tierra deviene en que posee altas cantidades del elemento "dubnio". Saludos, cuando quieras te enviaré algún texto de lo que prefieras.

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