FLINGAR IMPERIALIS

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Cronica IX

La Maldición del Castillo Schreibert






El Oberkommando de la ciudad-estado de Flingar estaba inquieto con los reportes que día a día se acumulaban en su escritorio. Granjeros aterrorizados, visiones espantosas y desapariciones. Todo eso ocurría hacia el sudeste de Flingar, en las granjas lejanas que lindaban con los bordes territoriales del Imperio. El Oberkommando suspiró, tomó un poco de vodka y escuchó al cazador de brujas:

- Eso mismo le digo. El castillo está tomado. Ha sido declarado Exterminatus, y las baterías de asedio del Tren de Artillería de Nuln se dirigen ya hacia el castillo maldito. Para mañana a mediodía estarán emplazadas en su lugar y para mañana a la noche, nada quedará del castillo que vivirá por siempre en la infamia y de sus malditos ocupantes.


El Oberkommando mantuvo su silencio. Nadie podía discutirle a un Cazador de Brujas. Además, las pruebas eran más que conclusivas. Apesadumbrado, arregló para partir al día siguiente en un carruaje a vapor hasta el otrora conocido como Castillo Schreibert.







El Castillo Schreibert.


El Castillo Schreibert, fundado hacía más de 1000 años, había aguantado tempranas incursiones de orcos desde sus comienzos. Cuna de la valiente orden de caballería de los Lobos Negros, sus andanzas fueron leyenda en la temprana fundación de Flingar. Ayudaron en la lucha contra una invasión de skavens venida del sur y tuvieron su mejor hora en la gran incursión caótica de hacía 200 años.




Sin embargo, un linaje de regentes belicosos y desunidos había llevado la economía del castillo progresivamente a la ruina, en un lento declive de décadas. Actualmente, el pueblo alrededor del castillo estaba constituido por gente pobre e ignorante; sus gloriosas caballerizas estaban permanentemente vacías y había un aire como de pesada dejadez en todas las tierras circundantes. Lo que nadie esperaba, por supuesto, es que el castillo estuviera gobernado por vampiros.








El Oberkommando y su comitiva llegaron justo a tiempo para contemplar la primera andanada de cañonazos. El Tren de Artillería había llegado desde la lejana Nuln y desplegado nada menos que 132 piezas de artillería. Había cañones imperiales en gran cantidad, morteros y algunos pocos hellblasters. También algunos cañones enanos, en su mayoría manejados por su propia tripulación. Hacia un lado, incluso un grupo de unos 8 o 9 ogros mercenarios portaban cañones como si fueran arcabuces. Todas las máquinas dispararon a la vez (salvo un hellblaster que estalló con gran estruendo) y sus balas surcaron el cielo de la tarde con feroces silbidos de muerte. Con gran estrépito cayeron sobre el castillo maldito y barrieron sus murallas. Y así continuó toda la tarde el asedio, y cosa extraña, nadie salió del castillo ni hubo en él rastros de vida.


Bombardeo y destrucción del Castillo Schreibert.








Para cuando cayó la noche, el castillo no era más que una pila de ruinas. El Cazador de Brujas, sin embargo estaba inquieto. El Oberkommando lo vio discutir con varios ingenieros del Tren de Artillería, luego con el mismísimo capitán del ingenio bélico. Pero no hubo caso. Argumentando tener que bombardear por la mañana un desfiladero donde miles de goblins habían anidado, el Tren de Artillería de Nuln se marchó. Quedaron allí entre las ruinas solo el Oberkommando, su pequeña comitiva y el Cazador de Brujas.

- Esto no me gusta para nada –exclamó el Cazador-. Los vampiros deberían haber salido, deberían haber luchado apenas cayó la noche. ¿Por qué dejaron que su castillo fuera destruido?

- Para esas y otras cuestiones no tengo respuesta, hombre santo –dijo el Oberkommando-, sin embargo, el castillo ha sido reducido a polvo, no queda de él ni siquiera una piedra sobre otra. Nosotros volvemos a Flingar.


La cara del Cazador se transformó. Por un momento, tomó un sesgo demencial, desesperado.

- ¡Insensatos! ¡No os dáis cuenta que los vampiros…..


No pudo terminar la frase. Detrás suyo, un hombre elegantemente vestido había deslizado una daga a través de su corazón. Espantado, el Oberkommando y su comitiva subieron al carruaje de vapor. Encendieron los motores con suma velocidad y partieron hacia Flingar.


- ¡Anote! –dijo el Oberkommando, y su cara estaba pálida y sus ojos desencajados por el horror de los no muertos- Invasion Inminente. Vampiros. Preparar las defensas.


Eso anotó uno de sus escoltas en un pequeño papel. Luego lo colocó cuidadosamente en la pata de una paloma mensajera. Abrió una ventana del carruaje y la soltó. Presta, la paloma viajó hasta el Imperio, donde consiguió dar el aviso a tiempo. Antes de cerrar la ventana, el miembro de la comitiva imperial miró hacia atrás. A la luz de la luna llena, bajo el amparo de terribles vientos de muerte y desolación, se veía la familia real, transformada en horribles vampiros. Detrás de ellos, el otrora pueblo del castillo marchaba convertido en innumerables filas de esqueletos nauseabundos. El espectáculo era atroz. Nubes de murciélagos amenazaban con cubrir los cielos. En un momento, la mirada del vampiro jefe se cruzó con la del imperial, y éste murió al instante.


El Oberkommando bramó:
- Fuercen los motores. A todo vapor. Necesitamos llegar a Flingar cuanto antes.







La Batalla




Las hordas vampiras avanzaban confiadas, dejando a su paso terror y muerte.



Los vampiros esperaban encontrar defensas imperiales, pero no tan pronto. Creando un cordón cerca de la prestigiosa posada para viajeros “El Elfo Bailarín”, unidades flingardianas ya habían tomado posiciones y aguardaban con cierto nerviosismo la presencia enemiga. Densos nubarrones, quizás producto de alguna magia vampírica, cubrieron los cielos y evitaron el paso de la luz solar. El Oberkommando observaba expectante. Moviéndose con absoluto sigilo, exploradores flingardianos evacuaron la posada y tomaron posiciones dentro. Sus armas, mortíferas pistolas imperiales, aguardaban ansiosas la presencia enemiga.




Despliegue vampiro. A lo lejos puede verse la posada del Elfo Bailarín, el edificio de tres pisos.




Las filas de los no muertos.


Con una ráfaga de viento glacial, las hordas no muertas aparecieron en el horizonte. Venían en grandes números. Había mastines malditos, esqueletos a granel, guardias tumularios, un nigromante cuya palidez parecía poseer un brillo fantasmal, tres enormes murciélagos y lo más temido por el imperio: espectros.



Los espectros eran seres de ultratumba que no podían ser heridos por armas convencionales. Los perdigones los atravesaban al igual que las espadas, los hachas y los puños. Nada podía herirlos, salvo la magia o las armas mágicas. Afortunadamente, y previendo una situación así, el Pegaso Mecánico flingardiano estaba armado con cohetes antimagia, una de las nuevas tecnologías desarrolladas en Flingar.




Sin mediar palabra, los imperiales comenzaron la lucha. Los capitanes bramaron furiosos. Los cañones tronaron, pero sorprendentemente los cálculos balísticos fallaron y las mortíferas armas imperiales no llegaron a causar bajas en las filas enemigas. Los poderosos rifles largos de Hochland, gloria del armamento flingardiano, dispararon causando heridas entre vampiros y nigromantes. La caballería avanzó presta junto a los tanques de vapor por un flanco y lograron tomar una colina. Ambos vehículos dispararon sus cañones desde la altura, convirtiendo en polvo algunos Guardias Tumularios. Desde la seguridad de la posada, los exploradores abrieron fuego directamente sobre los murciélagos gigantes. Una de las colosales bestias fue abatida por la pólvora imperial, mientras que los dos restantes se asustaron y huyeron del combate.




Colina tomada por elementos mecanizados de Flingar Imperialis. La buena visibilidad lograda allí contribuyó sin dudas a los buenos resultados logrados con sus cañones.



La respuesta de los infames vampiros no se hizo esperar. Avanzaron con resolución lanzando sus magias demoníacas. A lo largo y ancho de las filas vampiras, esqueletos surgían por doquier. El nigromante y los vampiros se complicaban con macabras danzas arcanas. Los espectros surcaron el campo de batalla, causando horror en los corazones imperiales. El nigromante invocó finalmente cinco esqueletos frente a la posada. Los esqueletos entraron con sus armas oxidadas y sus huesos raídos. Los exploradores defendieron valientemente la posición, pero finalmente tuvieron que huir, presas del pavor y con algunas bajas.


Los tanques de vapor y la caballería aprovecharon la lejanía del comando central vampiro respecto de sus tropas para acorralarlos y aplastarlos.




Al ver que los exploradores perdían el combate, los esfuerzos de la artillería se redoblaron. Un cañón imperial logró impactar de lleno en el vampiro jefe. Los que lo acompañaban no lograron advertirle a tiempo, y la bala impactó en su maldita cabeza. El vampiro cayó al suelo, malherido, pero con una gracia sobrenatural volvió a ponerse en pie sonriendo; y su mueca amedrentó a los imperiales aún más que su increíble recuperación. Los cohetes antimagia disparados desde el pegaso mecánico impactaban de a poco entre los espectros sin causar graves bajas.


Dos unidades de mastines cargaron a los caballeros imperiales, matando a uno, pero fueron barridas por el contraataque de los hidalgos flingardianos. Seguidamente, y como estaba planeado, los tanques y la caballería cargaron contra la unidad de tumularios donde estaba el vampiro líder. Sin embargo, el líder y su vampiresa abandonaron la unidad e invocaron esqueletos para frenar los tanques imperiales. La caballería cargó contra los tumularios, y las palabras santas del Archilector flingardiano nunca fueron más ciertas ni más acertadas, porque en la hora crítica, la caballería barrió por completo los esbirros del mal.




Los exploradores lograron reorganizarse y barrieron a punta de pistola a los esqueletos con ayuda de la artillería. En la imagen, los exploradores retoman la posada.




La pareja de vampiros, en tanto, se lanzó desesperada contra el tanque a vapor flingardiano MK2, en un vano intento de cambiar el curso de la batalla. Sin embargo, todas las maldiciones arcanas del linaje maldito apenas si hicieron mella en el titán flingardiano, que los despedazó sin mucho esfuerzo. La vampira logró darle un poco de la sangre que llevaba en un cáliz a los restos de su amado; éste volvió a vivir brevemente, aplastados ambos a continuación por las patas de acero del gigante de metal.




La hora de la espada. Mientras algunos esqueletos inentan en vano detener al tanque MK3, la pareja de vampiros asalta el MK2.




Con la destrucción definitiva del líder, todo el ejército de no muertos empezó a colapsar. Aquí y allá se veían esqueletos dejar de marchar y desplomarse. Caían en silencio, de a poco, algunos en un lado, otros en otro. Sin embargo la tormenta de pólvora flingardiana aceleró el proceso obligando a caer más unidades. En un último intento desesperado, los espectros cargaron contra los outriders. Consciente del peligro, el Oberkommando les ordenó evacuar. Los espectros redirigieron su furia contra los cañones, pero antes de causar verdadero daño se abrieron grandes luces azules que desafiaron la realidad, y de ellas salió un torbellino que fue absorbiendo los seres malditos de uno. El último espectro logró, antes de ser chupado por el vórtice, herir a un artillero que posteriormente murió en el hospital de campaña.




El último empuje. Algunos espectros logran herir a un artillero antes de perder coherencia y ser devorados por la disformidad.




Tanques y caballería ocupan triunfales un cuadrante.




Sin embargo, para antes del mediodía, las nubes habían desaparecido, los flingardianos cantaban victoria y de la amenaza de los vampiros del castillo Schreibert ya no quedaba más que montículos de polvo que el viento matutino alegremente dispersaba.






Epílogo

La tierra alrededor del castillo Schreibert fue declarada tierra maldita y se prohibió la entrada a sus ruinas. Días calmos pasaron luego por el imperio, trayendo paz y armonía a los flingardianos. Sin embargo, una alarmante escasez de hierro negro, utilizado para fabricar los potentes motores a vapor imperiales, cayó sobre los flingardianos. Los enanos de las montañas grises, viejos socios comerciales de Flingar, desaparecían sin dejar rastro. Las sospechas recaían sobre los Skavens, y varios destacamentos de exploradores fueron enviados a investigar. Mientras tanto, los mandos flingardianos lanzaron desde el puerto imperial de Veste-Oberhaus, al norte, una fuerza expedicionaria. Iban en potentes navíos de vapor y su rumbo era los desiertos de Nehekhara, donde se sabía había grandes yacimientos de hierro negro. Lo que los imperiales no sabían es que entre las arcaicas ruinas de enormes pirámides no todo estaba muerto, y que el viejo desierto guardaba más secretos de los que era posible imaginar.



Ficha Técnica

Contendientes
Jkrax (Imperio)
Peluche (Condes Vampiro)

Tamaño de los ejércitos
2000 puntos

Fecha
Febrero 2010

Resultado
Masacre a favor del Imperio

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